QUÉ ENTRENAMOS
Por
Javier Fernández-Bravo del Prado
Director
Técnico Club Shotokan-Ciudad Real
Continuando con las reflexiones que he querido
compartir con los lectores de esta publicación, pretendo ahora ahondar en
cada uno de los factores que, en mi opinión, tienen mayor incidencia para
determinar si la disciplina que practicamos es más o menos válida para
aplicarse en el ámbito de la defensa personal. En este caso, abordaremos el ¿QUÉ ENTRENAMOS?
Para facilitar la comprensión de este punto, debemos
partir del concepto mismo de defensa personal. Para mi no
es una arte, no es una modalidad deportiva, no es una ciencia; es una disciplina que pretende desarrollar la
capacidad de utilizar todos los recursos a nuestro alcance para salvaguardar
nuestra integridad personal, la de nuestros allegados y nuestros bienes. Yo concibo la
defensa personal como una materia de naturaleza ecléctica que requiere del estudio y práctica de situaciones ambientales y psicológicas
específicas que quedan al margen de la ortodoxia de la mayoría de la artes
marciales.
Se define el entrenamiento como un proceso
sistemático que trata de mejorar nuestro rendimiento, nuestras prestaciones,
a través la práctica con las habilidades y destrezas técnicas que componen
nuestra modalidad, de tal forma que el uso de estas herramientas sea natural
en nosotros. Como señalé en el número anterior, en el ámbito de la
defensa personal, el entrenamiento debe integrar los aspectos fisiológico, técnico y psicológico, con el fin último de
alcanzar el mayor grado de eficacia posible. Por lo tanto, si este es nuestro
objetivo, no nos vale cualquier tipo de entrenamiento, hemos de tener en
cuenta que si entrenamos carrera seremos buenos corriendo; si hacemos
meditación, desarrollaremos una conciencia más clara de nosotros mismos; si
leemos libros, tendremos un gran conocimiento teórico; si hacemos combate
deportivo seremos buenos en eso, pero ninguno de estos aspectos supondrá un
mejora en lo que realmente nos interesa: nuestra capacidad para repeler un
ataque real. Por todo ello, nuestro
adiestramiento debe atenerse al principio de especificidad, es
decir, necesitamos reproducir y
practicar asíduamente y con la mayor fidelidad los casos y contextos más
comunes y en las que se produce situaciones que requieren verdaderamente el
empleo de estas habilidades.
Nuestra meta no debe ser adquirir un conocimiento
general y superfluo de muchas cosas, al contrario, atendiendo al
irrenunciable postulado de eficacia: “es bueno lo que sirve y es preferible lo
que mejor me sirve”. De esta manera, nos resultará mucho más
operativo el dominio de un selecto conjunto de técnicas sencillas, de fácil
ejecución, que no requieran grandes capacidades físicas. Hay que huir de las
acciones muy bonitas y enrevesadas en favor de lo práctico. Aunque no dudo de
forma individualizada es posible ser fieles a un único arte marcial y ser
eficientes, la defensa personal se vale no solo de todas las armas naturales
de nuestro cuerpo, sino que abarca el uso de cada uno de los recursos a nuestro alcance, entre los
que se incluyen los útiles de fortuna: bolsos, llaves, palos, cinturones,
tierra, espráis… y cualquier otro
objeto o elemento ambiental que pueda sernos aprovechable para nuestra
finalidad de autodefensa. Un
adiestramiento integral debe cubrir todos aspectos y será más adecuado
cuento más atención preste a los mismos.
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