Se acercaba el día
19, para el que habíamos programado la realización de una ruta senderista, y el
pronóstico del tiempo no era nada halagüeño. Prestaba atención a la información meteorológica
de un informativo de televisión y predecía frío y posibilidad de lluvia. Como
no me convencía este pronóstico, cambio de canal y la meteoróloga de turno
anuncia más frío y posibilidad de nieve. Y yo, sin resignarme a estos malos augurios,
recurro a Internet, no ya a una página, si no a varias, para acabar acumulando
predicciones a cuál más pesimista. Con estos auspicios comenzamos a llamarnos
por teléfono – ¡Oye! ¡Qué para mañana anuncian mucho frio y posibilidad de
nieve! ¿Qué qué hacemos? Y como los
manchegos somos gente recia y echados “palante” – No suspendemos. Todo sigue
según lo programado. Y así, con estos antecedentes, acudimos pertrechados de
ropa de abrigo y chubasquero, al lugar de encuentro y, tras breve espera, nos
dirigimos hasta la cercana localidad de Peralvillo donde dimos comienzo a
nuestra caminata.
Al pasar por el
puente que atraviesa el embalse del Vicario desde esta pedanía de Miguelturra, y
durante los primeros kilómetros de recorrido paralelo a la orilla del humedal
formado por la confluencia de los ríos Guadiana y su afluente Bañuelos, contemplamos
gran cantidad de aves acuáticas que pasan el invierno en este paraje: ánades
reales, cormoranes, garcetas, gaviotas risueñas, garzas comunes y sus parientes
las garzas reales, somormujos, fochas, andarríos, etc.
Al
llegar al Congosto, abandonamos el río y tomando el camino de la izquierda iniciamos la ascensión de una empinada cuesta
que transcurre ahora por entre
jaras, romero y chaparros hasta alcanzar el collado desde el podemos contemplar
a nuestra izquierda una dehesa en la que varias cigüeñas se dedican a dar
cuenta de las bellotas que encuentran. Desde aquí, conectamos con la
Cañada Real Soriana Oriental (una de
las Cañadas de la Mesta, de unos
800 km de longitud que partiendo de la provincia de Soria atraviesa las
tierras castellanas y llega a la de Sevilla.
Había transcurrido poco más de media hora desde que iniciáramos la ruta cuando,
cumpliéndose todos los vaticinios, comienza a llover, y lo hace de forma tibia,
pero persistente, vamos el típico “calabobos”, que acompañado por suaves
ráfagas de viento te pone como una sopa a poco que te descuides.
Nos ajustamos los chubasqueros y gorros para continuar
nuestro itinerario a través de un monte poblado de encinas, chaparros y
cornicabras, entremezcladas con jaras, lentiscos,
jaguarzos y alguna que otra madroñera. De este modo, cuando llevamos hora y media
de caminata, llegamos hasta el Pantano de Gasset, cuya lámina de agua se
extiende hasta la lejanía reflejando en su superficie la inmensidad de un cielo
gris y plomizo, sigue lloviendo. Buscamos refugio en el bar-mesón “El Gaga”,
donde aprovechamos para descansar al cobijo de la chimenea mientras tomamos un
café calentito.
La pausa es breve porque
no interesa que se enfríen las piernas y se resistan a reanudar el camino que a
partir de este momento nos ha de llevar de regreso al punto de partida.
Nuestros pasos van en busca del río Bañuelos,
por cuya orilla, salpicada de de cañizo y más delante de retama, realizaremos
la mayor parte del camino de vuelta.
Hemos
llegado al Congosto, un hermoso paraje en el que merece la pena detenerse para
recrearse en verde césped de su ribera de césped y contemplar los cercanos
nidos de las cigüeñas sobre los altos arboles que pueblan las vecinas islas, el
planear armonioso de algún aguilucho lagunero o el vuelo despreocupado de
alguna garza real que se aleja de
nosotros.
Un
último esfuerzo y estamos de regreso a Peralvillo, cruzamos la carretera N-401
que une Ciudad Real con Toledo, y en El Campestre tomamos una cervezas y unas
tapas tortilla española y migas con la satisfacción de haber disfrutado de una
hermosa ruta en un feo día.