Continuando con la serie de reflexiones que hemos abierto a
la defensa personal, en este número pretendo someter a la consideración de los
lectores de nuestro Boletín el apartado ¿PARA QUÉ ENTRENAMOS? Éste es, en mi
opinión, el quid de la cuestión sobre la que llevamos elucubrando a lo largo de
las entregas de este modesto ensayo. Se
trata de abrir un punto de reflexión sobre el objetivo de nuestra
práctica, de definir y explicitar la finalidad que nos impulsa a entrenar
defensa personal.
La defensa personal, entendida como el desarrollo de la capacidad personal para utilizar todos los recursos a
nuestro alcance con el fin de salvaguardar nuestra integridad personal, la de
nuestros allegados y nuestros bienes, es tan antigua como el propio ser humano,
que desde siempre se ha sentido inseguro y ha querido dotarse de
instrumentos con los que hacer frente a
los riesgos de ser atacado por sus congéneres. Pero, a pesar de todo el
progreso científico-tecnológico del que hoy disfrutamos y la compleja organización social de la que nos hemos
dotado, actualmente seguimos sintiéndonos vulnerables, tenemos miedo a sufrir
una agresión ya sea física, psicológica o de ambas naturalezas por parte de
otro u otros miembros de esta misma sociedad. Vivimos inseguros y de esa
inseguridad surge nuestra motivación
para entrenarnos defensa personal. Lo hacemos, en esencia, porque nos es ÚTIL, sirve a nuestra necesidad
primaria de supervivencia.
Con
carácter general, lo mismo se trate de una persona corriente que de alguien
cuya profesión o contexto en el que se desenvuelve lo coloque en mayor
situación de riesgo, en el entrenamiento de defensa personal (en sus más
diversos métodos) le permite:
·
Desarrollar estrategias de prevención.
·
Adquirir recursos de autoprotección y defensa
en caso de sufrir un intento de agresión física.
·
Incrementar la capacidad para repeler una
agresión.
·
Mejorar su autoestima y generar la
autoconfianza necesaria para afrontar con seguridad y decisión situaciones
hostiles que puedan acaecer en su vida cotidiana o profesional.
Concluiré diciendo que si bien ningún método
de defensa personal puede garantizar nuestra integridad, con su práctica nos
sentimos más seguros, que es lo mismo que sentirnos mejor.