lunes, 3 de diciembre de 2012

Reflexiones sobre la Defensa Personal (IV)


Continuando con la serie de reflexiones que hemos abierto a la defensa personal, en este número pretendo someter a la consideración de los lectores de nuestro Boletín el apartado  ¿PARA QUÉ ENTRENAMOS? Éste es, en mi opinión, el quid de la cuestión sobre la que llevamos elucubrando a lo largo de las entregas de este modesto ensayo. Se  trata de abrir un punto de reflexión sobre el objetivo de nuestra práctica, de definir y explicitar la finalidad que nos impulsa a entrenar defensa personal.

Las motivaciones para practicar pueden ser muy diversas: cómo actividad física, por salud, mejoramiento de la condición física, quemar calorías, combatir el estrés y liberación de ansiedad, mejorar nuestras relaciones sociales, etcétera. Fines que son muy válidos y comunes en la mayoría de los deportes, pero que por sí solos no justifican nuestro propósito de hacer defensa personal.


La defensa personal, entendida como el desarrollo de la capacidad personal para utilizar todos los recursos a nuestro alcance con el fin de salvaguardar nuestra integridad personal, la de nuestros allegados y nuestros bienes, es tan antigua como el propio ser humano, que desde siempre se ha sentido inseguro y ha querido dotarse de instrumentos  con los que hacer frente a los riesgos de ser atacado por sus congéneres. Pero, a pesar de todo el progreso científico-tecnológico del que hoy disfrutamos y la compleja  organización social de la que nos hemos dotado, actualmente seguimos sintiéndonos vulnerables, tenemos miedo a sufrir una agresión ya sea física, psicológica o de ambas naturalezas por parte de otro u otros miembros de esta misma sociedad. Vivimos inseguros y de esa inseguridad surge nuestra  motivación para entrenarnos defensa personal. Lo hacemos, en esencia,  porque nos es ÚTIL, sirve a nuestra necesidad primaria de supervivencia.
Con carácter general, lo mismo se trate de una persona corriente que de alguien cuya profesión o contexto en el que se desenvuelve lo coloque en mayor situación de riesgo, en el entrenamiento de defensa personal (en sus más diversos métodos) le permite:

·         Desarrollar estrategias de prevención.
·         Adquirir recursos de autoprotección y defensa en caso de sufrir un intento de agresión física.
·         Incrementar la capacidad para repeler una agresión.
·         Mejorar su autoestima y generar la autoconfianza necesaria para afrontar con seguridad y decisión situaciones hostiles que puedan acaecer en su vida cotidiana o profesional.
Concluiré diciendo que si bien ningún método de defensa personal puede garantizar nuestra integridad, con su práctica nos sentimos más seguros, que es lo mismo que sentirnos mejor.