viernes, 14 de enero de 2011

El Entrenamiento en Karate


Carlos Delgado Velasco

C.N. 2º Dan de KarateSocio CD Shotokan-Ciudad Real

Un nuevo e interesante ensayo en el que Carlos Delgado analiza pormenorizadamente, y desde una perspectiva crítica, los aspectos más significativos del entrenamiento "típico" del Karate

Introducción.

Tradicionalmente se ha considerado que el aprendizaje y la práctica del karate constaba de tres partes fundamentales:
 
  • Kihon, o técnica básica 
  • Kata, o formas preestablecidas.
  • Kumite, o formas de aplicación práctica, subdividido, a su vez, en distintas modalidades de combate, prefijado o libre.
Desde la época en que el original Okinawa-te empezó a difundirse al gran público, a finales del siglo XIX y principios del XX, la importancia y enfoque que se ha dado a cada una de estas partes ha ido cambiando, tendiéndose, en general, hacia metodologías más abiertas y más adaptadas a los aspectos deportivos. No debe olvidarse que el combate libre de tipo competición, tal como hoy lo conocemos, no fue introducido en el karate hasta después de la Segunda Guerra Mundial, en los años cincuenta; anteriormente el kumite se centraba en formas acordadas, tales como ippon, sambon o gohon kumite, mientras que el combate libre sólo se practicaba en enfrentamientos reales, o con muy escasas limitaciones, ya que el concepto de lucha deportiva no existía como en la actualidad.
 

Hironishi y Egami practicando Kumite (1936)




Pero, aparte de los tres aspectos anteriores del karate, conviene tener presentes otros, a los cuales no se alude con frecuencia, posiblemente porque se suponen incluidos en la rutina del entrenamiento, pero a los que conviene dedicar una atención específica, so pena de limitar los resultados que obtiene el practicante:Preparación física y endurecimiento 
- Aspectos psíquicos y mentales.  
- Aspectos culturales. 
-Conocimiento de otros sistemas.

Preparación física y endurecimiento.
 



Si hablamos de lo que es el programa de entrenamiento de un estudiante normal, entendiendo dentro de esta categoría a quienes no se dedican de forma profesional a la práctica, ni buscan resultados importantes a nivel competitivo (puede tratarse de una rutina de tres a cinco horas de trabajo semanal, repartidas en dos o tres sesiones), vemos que, generalmente, no existe un tiempo dedicado expresamente a la preparación física y al endurecimiento, quedando tales materias solapadas con el calentamiento o con la gimnasia del final de la clase, o bien confiando en que el mismo entrenamiento técnico sirva para mejorar la condición física del individuo.



Esto último, que sin duda es cierto, no debe ser obstáculo para considerar que, aparte de ello, es conveniente incluir un espacio dedicado a mejorar los atributos físicos del practicante. Si volvemos la vista hacia el pasado (basta para ello consultar la bibliografía existente sobre el karate), nos encontramos con una gran cantidad de aparatos destinados a cultivar la fortaleza, así como la efectividad de las armas naturales del cuerpo humano.



Empezando por el makiwara, sobradamente conocido como medio de endurecimiento de las extremidades, las jarras llenas de agua o arena, las zapatillas metálicas o de piedra, hasta diversos tipos de pesas y mancuernas, existe un amplio repertorio de elementos que, curiosamente, rara vez aparecen en los dojos modernos, y cuando están presentes no se suelen usar.




Tinajas, halteras y mancuernas tradicionales




Podría alegarse que es más importante el entrenamiento técnico que el endurecimiento y la forma física, y puede ser cierto para quien sólo busque un cierto nivel de desarrollo y mantenimiento, pero si se desea profundizar en un entrenamiento más serio, y buscar la eficacia real de las técnicas, son innegables los beneficios que aportan una mayor capacidad cardiorrespiratoria, fuerza muscular y resistencia de las zonas de golpeo y parada. No debe olvidarse que el éxito de un ataque o bloqueo reales no depende exclusivamente de la velocidad o corrección técnica con que se realice, sino que también cuentan la resistencia del cuerpo, así como la capacidad para mantener un ritmo de combate elevado sin que aparezca la fatiga.

 

Junto con los aparatos tradicionales, se dispone hoy de otros medios, como son los sacos, pesas y otros equipos que pueden ser de gran utilidad, sin olvidar, por supuesto, ejercicios como la carrera que son fáciles y baratos de practicar, y que aportan mejoras importantes.


Aspectos psíquicos y mentales.



El trabajo de los aspectos psíquicos y mentales, sin duda tan deformados y malinterpretados por la propaganda o la cinematografía sobre artes marciales, es una faceta que resulta más difícil de abordar que las habilidades estrictamente técnicas, y cuyo desarrollo a altos niveles sólo está al alcance de pocas personas. No obstante, conviene insistir en ello, no sólo por la importancia que tiene desde el punto de vista de la tradición, sino porque, a la larga, es lo que puede marcar la diferencia en los mejores niveles de formación del practicante.



La práctica del mokutso nos introduce en un mundo de introspección, de miradas hacia el interior de nosotros mismos, meditación y reflexión sobre el cómo ser y cómo actuar.


Evidentemente, cada individuo que se introduce en el karate, o en cualquier otro sistema, tiene su propia personalidad, la cual influye y es influida por el tipo de entrenamiento. Seguramente no hay un modelo único ni universalmente válido de psiquismo y carácter del practicante de artes marciales (basta observar las diferencias que existen entre unas escuelas y otras), pero hay ciertos elementos como la perseverancia, la resistencia, la prudencia, o el estado de ánimo, en los que ha de incidirse de una forma práctica, procurando sobre todo que se asimilen por el ejemplo.



Aspectos culturales.



Finalmente, el estudio de la historia, la filosofía, o las facetas culturales asociadas al karate debiera ser objeto, tanto de una mayor atención, como de un planteamiento modificado respecto al que actualmente se les da. Comúnmente son materias que rara vez se tratan durante las sesiones de entrenamiento (en este sentido, cabe decir que no es ningún inconveniente el que se hable de ellas fuera de este contexto, e incluso puede resultar más grato y placentero si se hace en el marco de encuentros informales), por lo que llama la atención, especialmente teniendo en cuenta la aureola de tradicionalismo y herencia cultural con la que se presentan el karate y otros sistemas al público, el hecho de que solamente se suele dedicar un espacio mínimo a éstas cuando se trata de superar alguna prueba de paso de grado, particularmente si es el examen de cinturón negro, o de las categorías dan, y que, por otra parte, lo que se exige no pasa de ser una mera asimilación memorística de la terminología técnica japonesa, así como unos conceptos muy básicos (y quizás deformados en ciertos casos) sobre la historia de los estilos, o los aspectos internos y la teoría de los mismos.


 




El Shintoismo es la religión japonesa primitiva, que desde tiempos inmemoriales ha jugado un papel de gran importancia dentro de la cultura e historia niponas



Puede aducirse, en defensa de tal simplificación, el hecho de que un sector importante de los estudiantes no está particularmente interesado en abordar tales cuestiones, y puede contentarse con la mera práctica de los aspectos físicos del karate; y por otra parte, la profundización en las mismas puede requerir de un cierto nivel cultural, del que no todos disponen. No obstante, siempre es posible hacer una presentación de estos temas que resulte amena, y que al mismo tiempo cumpla la finalidad de ampliar la perspectiva con la que nos dedicamos al aprendizaje, sin perjuicio de que quienes se sientan más interesados puedan investigar en profundidad de una manera particular.



Conocimiento de otros sistemas.



No parece exagerado afirmar que para una gran parte de los estudiantes la información sobre otros estilos o sistemas de combate es generalmente escasa, y que frecuentemente se dan actitudes que van desde el simple desinterés, hasta el desprecio manifiesto, incluso tratándose de otros practicantes o instructores de su mismo estilo, lo cual no deja de ser llamativo si consideramos que los elementos de juicio para discernir entre unas y otras formas son más bien reducidos, y que para muchos su curriculum en las artes marciales se limita a la práctica en el mismo centro al que accedieron en sus inicios.



Pedro Martín González, un budoka de " vieja escuela"


practicante de Karate, Kenjutsu, Aikido, Kali...


Esta actitud, en ocasiones, viene fomentada por ciertos instructores, que la defienden con miras a favorecer su propio beneficio. Hoy día, sin embargo, no debiera ser ésta la norma de comportamiento, por cuanto debe considerarse que ningún sistema, por amplio y bien estructurado que se halle, es completo ni tiene por qué satisfacer de igual manera a todo tipo de estudiantes; la observación y la práctica, cuando sea factible, de otras formas de combate es enriquecedora para el individuo, ya que le coloca ante situaciones y conceptos distintos a los que maneja habitualmente. En este sentido, cabe señalar lo mismo que apuntábamos anteriormente al abogar por un mayor énfasis en las partes teóricas y culturales del karate: conocer otros sistemas es aumentar el bagaje de la persona, y también prevenirle contra el riesgo, inevitable cuando nos referimos al arte marcial real, de creerse que la verdad radica exclusivamente en lo que él practica.

En otros tiempos era más difícil poder acceder a experiencias en otros sistemas, ya que no siempre


era posible entrar en contacto con otros practicantes, o disponer de información que permitiera dar una idea de lo que se hacía en otras escuelas.


Practicantes de Nihon Tai Jitsu



Actualmente, gracias a la difusión de las artes marciales y deportes de combate, así como a la abundancia de publicaciones, películas y otros documentos, resulta mucho más fácil conocer otros estilos. Lógicamente, no se trata de que deba tomarse como una obligación la práctica de otros sistemas, pero sí resulta aconsejable, cuando menos, observarlos y analizar sus principios generales y sus planteamientos. En la antigüedad, y a pesar de los problemas que entrañaba aprender de diferentes maestros, tanto por condicionantes derivados del modo de vida, como por los enfrentamientos entre escuelas o clanes, no era raro que, quienes podían hacerlo, completasen sus conocimientos estudiando con varios instructores.


 

De todo lo comentado anteriormente cabe deducir que el entrenamiento que efectúan actualmente los estudiantes normales es manifiestamente mejorable si introducimos los elementos que faltan, los cuales, de hecho, no suponen en muchos casos una auténtica novedad, ya que en Oriente han sido inseparables de la concepción del karate.




Ibaraki shibu dojo (Iwama-dojo)




Sin embargo, conviene fijarse en otro punto que condiciona manifiestamente el programa de entrenamiento, por más que profesores y alumnos se esfuercen en perfeccionar éste todo lo posible: nos estamos refiriendo al lugar de entrenamiento o dojo.


Dejando aparte la cuestión ya señalada de la casi total ausencia de elementos de endurecimiento y acondicionamiento tradicionales, o el escaso uso que se hace de los mismos, la realidad es que la mayor parte de las salas de entrenamiento no están concebidas como dojos propiamente dichos en el sentido japonés, sino que son dependencias de gimnasios o polideportivos en los que coexisten diversas disciplinas, muchas de las cuales (culturismo, aerobic, gimnasia, etc.) apenas guardan relación con el karate. Esto trae como consecuencia la necesidad de fijar una tabla de horarios que debe ser respetada para que todas las actividades tengan su tiempo en el local, así como las dificultades para disponer de espacios de tiempo suplementarios para el entrenamiento.



Algunas partes, como la carrera o determinados ejercicios de acondicionamiento físico, pueden realizarse sin dificultad fuera del dojo, incluso construyendo determinados dispositivos que sustituyan a los que debiera haber en el gimnasio, pero también aquí pueden darse casos de falta de tiempo o imposibilidad material, sin contar, por supuesto, con la necesidad de cierto grado de autodisciplina y esfuerzo para entrenar en solitario.



Por otro lado, el gran énfasis que se hace en el apartado técnico, comprensible si consideramos que dos o tres sesiones semanales de una hora, u hora y media, no dan para mucho, favorece el que se sacrifiquen otros apartados que, aparentemente, tiene menos que ver con el karate, por lo cual podríamos concluir que las bases para solucionar el problema radica en que el practicante dedique más tiempo al entrenamiento y mayores medios técnicos, en función de los cuales se debería programar las prácticas.



El alumno.



Sin embargo, cuestionar toda la forma y programación de los entrenamientos, así como aportar la mejor voluntad del instructor, será de poca utilidad si no se cuenta con la disposición a aprender por parte del alumno, así como una actitud adecuada del mismo frente a la enseñanza.


 


Las motivaciones de una persona para iniciarse en un arte marcial o deporte de combate pueden ser muy diversas, puesto que son también muchas las facetas que se encuentran en los mismos, pero sin duda una gran mayoría lo hacen atraídos por los aspectos externos de la práctica: la fuerza, la habilidad física para desenvolverse en un combate..., especialmente si tenemos en cuenta los valores y las imágenes que se nos transmiten a través de la sociedad y sus medios de comunicación, y que, en realidad, se alejan bastante de lo que nos encontramos en cualquier dojo.


Si bien este afán de emulación puede tener cierto grado de positivismo como motor de arranque, conforme vaya pasando el tiempo es necesario observar y asumir la realidad que ofrece la práctica habitual; no hay milagros, sino mejoras posibles que deben pagarse con sacrificio y trabajo.



Varias son las facetas en las que puede incidirse, con vistas a mejorar los resultados:



* Esfuerzo personal para intentar llevar el entrenamiento de la manera más coherente posible; esto implica, tanto el trabajo durante la clase, como individualmente fuera de ella, completando el anterior.




* Disciplina y etiqueta, considerando no sólo la importancia de estos aspectos como parte de la tradición, a la que tantas veces se moteja de inútil, sino como formas de educación práctica, extrapolables al entrenamiento cotidiano. Por otra parte, es un medio que favorece la optimización del esfuerzo en un conjunto de personas, ya que una actitud descuidada o irrespetuosa provoca molestias y entorpecimientos al resto de los compañeros.



* El ejemplo del instructor, del cual debe entenderse y asimilarse el concepto y fundamento de las técnicas que expone, pero no para desarrollar una repetición maquinal y anodina de las éstas, sino buscando expresar la enseñanza de forma personal.



* Realismo en la ejecución de las técnicas, evitando caer en el mero perfeccionamiento estético. Si bien es lógico que se intente pulir la imagen visual durante la ejecución del kihon y kata, la idea debe ir enfocada, no a la simple apariencia del movimiento, sino a la comprensión de su utilidad práctica. Durante los ejercicios de kumite deberá buscarse el realismo, hasta los límites que sean admisibles, tanto en la velocidad como en la potencia de las técnicas, de manera que no se incurra en el error de ralentizar las mismas, o evitar el alcance y contundencia sólo porque su aspecto no es el mejor, ya que luego no será posible reaccionar de una forma efectiva en caso de un combate real.



De igual manera habrá que procurar adaptar los ángulos, alturas y puntos de ataque y contra-ataque, de modo que se obtengan los resultados más favorables; evitar creer que la técnica más elaborada o más difícil es la más efectiva, ya que muchas veces no es así, y lo que es apropiado para una exhibición o un ejercicio de habilidad puede no serlo en una pelea real.



El hecho de que los trabajos por parejas estén prefijados en cuanto a las técnicas que cada uno debe realizar no es excusa para que se ejecuten mecánicamente y sin realismo. El atacante debe intentar siempre hacerlo con autenticidad, y procurar alcanzar -sin perder un mínimo de control- al que defiende; para ello deberá adaptarse a cada caso la velocidad, el posicionamiento y el ritmo de las técnicas y encadenamientos. Por su parte, el defensor deberá evitar las acciones, bloquear o esquivar de manera práctica, adaptándose a los ataques que reciba en tiempo y forma. También es importante para ambos practicantes no telegrafiar los movimientos que se vayan a emprender.


 


* Actitud mental durante la práctica, intentando mantenerla de una manera clara, y concentrándose en la ejecución, como si estuviésemos en la realidad. Hay que intentar encontrar el estado de vacío que permita la máxima receptividad hacia los estímulos que se perciben, de modo que la reacción sea inconsciente y refleja, eliminando las tensiones y la ansiedad.



El entrenamiento oriental y el occidental.



El concepto del entrenamiento en Oriente y en Occidente se ha ido separando, conforme las artes marciales se han dado a conocer y se han desarrollado en nuestro entorno. No debe entenderse que esto sea necesariamente indeseable o pernicioso, puesto que en tiempos anteriores tampoco se mantuvo inalterable el sistema de enseñanza en el karate, y es evidente que los diferentes maestros y escuelas debieron aportar aquellos métodos y conceptos que estimaron acertados, o bien modificaron los ya existentes: baste observar el caso de la presentación al gran público en Okinawa y Japón del karate, que trajo la necesidad de establecer sistemas de entrenamiento aptos para dar enseñanza a un gran número de estudiantes en una misma sesión (como era el caso de los colegios de Okinawa); o bien la evolución que aportó el introducir formas de combate libre junto al trabajo tradicional, centrado en el kihon, kata y formas preestablecidas de kumite.




Dejando a un lado las diferencias de tipo personal o estilístico, que siempre aparecen entre instructores y escuelas, podemos decir que el entrenamiento en Oriente es más rígido en la concepción global, y que se decanta hacia la repetición y aprendizaje exhaustivo de las técnicas básicas por medio del kihon, completándolo con el kata y las formas clásicas de kumite condicionado. Es una metodología que requiere paciencia y atención por parte del estudiante, con muy pocas variaciones a lo largo de los ciclos de entrenamiento, pero que presenta la indudable ventaja, si la persona se adapta al trabajo, de inculcarle con seguridad los fundamentos del sistema, de modo que su abanico técnico, si bien puede parecer limitado hasta que se alcanza cierto nivel, es ejecutado con corrección, y constituye una base muy segura para progresar.


Por contra, el entrenamiento occidental es más variado y ameno para el estudiante; no existe tanta monotonía como en el método oriental, se hace más énfasis en el trabajo de combinaciones y técnicas sofisticadas, así como en la práctica del kumite libre, particularmente el shiai. Sin embargo, debe recordarse que hacer más cosas diferentes no significa necesariamente que se asimilen o se ejecuten mejor, y puede darse el caso de que, aunque aparentemente el discípulo tenga más recursos, a la hora de la aplicación práctica denote mayor inseguridad que quienes hayan recibido una enseñanza más tradicional.




Otro aspecto a analizar es la organización dentro de las sesiones de entrenamiento; desde principios de siglo, cuando se inició en Japón y Okinawa el auge del karate a nivel popular, la forma de conducir los entrenamientos, que luego fue traspasada a Occidente con otra perspectiva, es de corte eminentemente paramilitar, comparable en muchos aspectos al orden cerrado o a las tablas de combate que se emplean para adiestrar a los soldados; esta forma de enseñanza tiene su explicación en la necesidad de dar instrucción a grupos numerosos de personas cuando sólo hay un profesor que, evidentemente, no puede dedicar de manera constante una atención directa y personalizada a cada aprendiz durante la sesión de práctica, y que así logra también uniformar los progresos en cierto modo, y simplificar el sistema didáctico.



Si bien las virtudes del método ya están señaladas, y no parece que sea factible ni necesario suprimirlo, puesto que en aspectos como la práctica del kihon o kata está plenamente justificado, sería interesante buscar otras formas, si no alternativas, sí complementarias, en las que se intentase recuperar de alguna manera el trabajo individualizado y a la medida de cada practicante. En este sentido, podría ser bueno analizar los programas de otros sistemas de combate, como es el caso del boxeo inglés, en los cuales se plantea la docencia de una forma menos rígida; no obstante, volvemos a insistir en la necesidad de contar con espacio, tiempo y medios técnicos, si se desea experimentar en esta dirección.




No sólo en la práctica del kihon podemos encontrar diferencias entre los sistemas pedagógicos orientales y occidentales, sino también, y muy importantes, en el concepto del kata. Si realmente, y como tanto se asegura a nivel teórico, aunque pocas veces se vea en la práctica, el kata es la base y la tradición del karate, parece claro que debería dársele otra valoración y tratamiento, haciendo hincapié en la práctica del bunkai, así como en el análisis de las posibilidades técnicas que sugiere la cadencia preestablecida, incluyendo la correcta ejecución de aspectos como la respiración y el trabajo muscular. Si nos centramos exclusivamente en lograr unos efectos de perfección visual, sin entrar en estas facetas, corremos el riesgo, palpable por otro lado, de vaciar de contenido las formas, y transformarlas en un simple ejercicio estético y gimnástico, sin ninguna relación con las aplicaciones reales. Compárese, por ejemplo, con la función que desarrollan dentro de los sistemas pugilísticos las combinaciones-tipo de golpes, que por muy prefijadas y mucho afán perfeccionista que se ponga en ellas, el objetivo último es lograr a través de las mismas una aplicación práctica, y desarrollar los recursos del luchador durante el combate real.



Creatividad y libertad de expresión.



Posiblemente sean éstas las dos grandes asignaturas pendientes dentro del karate, no porque hayan faltado practicantes y maestros de carácter innovador que hicieran evolucionar al mismo, como es innegable que ha sucedido desde los orígenes, sino porque muchas veces la atmósfera que se respira es la de que nos encontramos ante un sistema perfecto y completo, fuera del cual nada hay digno de verse, y cualquier desviación se trata poco menos que como herejía, en cuanto no encaje con los cánones preestablecidos.



En este punto cabe volver a incidir sobre lo que ya se comentó al hablar del conocimiento de otros sistemas: es bueno ver la realidad desde otros ángulos, y conocer otras interpretaciones de lo que es la práctica marcial; y también lo es estudiar, cuestionarse lo que aprendemos, y buscar nuevas soluciones y formas de trabajo que sirvan para mejorar. No olvidemos que, al final, el arte debe estar al servicio de la persona, y no al revés. Si bien es necesario exigir esfuerzo, paciencia y atención para asimilar los conocimientos que se nos transmiten, no debe entenderse como una aberración el hecho de que los usemos como una plataforma para avanzar hacia adelante de una manera personalizada.




Existe, por otro lado, un peligro latente en defender una postura de flexibilidad hacia la práctica de cualquier sistema y la incorporación o modificación de técnicas en el mismo, y es el de caer en la indisciplina o la irreflexión en el entrenamiento. No es serio admitir que con un entrenamiento limitado pueda plantearse una crítica a ultranza, o una revisión radical de los esquemas anteriores, o que incluso se intente dar forma a nuevos estilos, como se ha visto en ciertas ocasiones; la primera premisa ha de ser el interés y la dedicación, y sólo cuando se haya trabajado con sinceridad sobre las técnicas existentes se estará en situación de opinar sobre su validez, siempre desde una óptica personal. Por desgracia, no parece que esté definida una regla que nos muestre a partir de dónde está el análisis serio, y dónde acaba la ignorancia, y ése es otro de los riesgos que debe asumir el practicante.


Queda también por hacer una reflexión más sobre este asunto, y es si no se pretende, en ocasiones, limitar y poner reglas excesivamente rígidas sobre sistemas que antaño eran mucho más libres, y dotados de un abanico técnico más amplio del que, aparentemente, hoy tienen. Es innegable que reglamentar y dictar normas ayuda mucho a definir criterios y dar una enseñanza estandarizada, no ya a nivel de grupo, sino de asociaciones y federaciones, pero basta ver la riqueza técnica que encierran los kata, y contrastarla con lo que se ejecuta habitualmente, para darse cuenta de que hay cuestiones que llaman la atención. Tomemos, por ejemplo, las patadas a las piernas, o los golpes circulares de puño, que todos sabemos que existen en el karate tradicional, sin que pueda achacárseles un origen muy moderno, pero que rara vez se entrenan, salvo en algunos estilos muy específicos, y menos aún se permite su aplicación en el kumite, ya sea deportivo o de entrenamiento. Si se desea practicar un sistema amplio, que vaya más allá de las reglas permitidas para una determinada forma de competición, no parece que esta forma de trabajar sea la más adecuada.


Por todo lo anterior, la conclusión que se obtiene es que resulta deseable mirar los en-trenamientos con amplitud en el aspecto técnico, recoger todas las posibilidades existentes dentro de cada estilo, y no cerrar las puertas a que cada cual pueda usar aquello que más le satisfaga, sin perjuicio de que la enseñanza se plantee sobre unas bases determinadas, pero que no han de ser limitativas ni excluyentes, y que, en el caso de los mejor preparados, puedan admitir innovaciones.


Queda también por hacer una reflexión más sobre este asunto, y es si no se pretende, en ocasiones, limitar y poner reglas excesivamente rígidas sobre sistemas que antaño eran mucho más libres, y dotados de un abanico técnico más amplio del que, aparentemente, hoy tienen. Es innegable que reglamentar y dictar normas ayuda mucho a definir criterios y dar una enseñanza estandarizada, no ya a nivel de grupo, sino de asociaciones y federaciones, pero basta ver la riqueza técnica que encierran los kata, y contrastarla con lo que se ejecuta habitualmente, para darse cuenta de que hay cuestiones que llaman la atención. Tomemos, por ejemplo, las patadas a las piernas, o los golpes circulares de puño, que todos sabemos que existen en el karate tradicional, sin que pueda achacárseles un origen muy moderno, pero que rara vez se entrenan, salvo en algunos estilos muy específicos, y menos aún se permite su aplicación en el kumite, ya sea deportivo o de entrenamiento. Si se desea practicar un sistema amplio, que vaya más allá de las reglas permitidas para una determinada forma de competición, no parece que esta forma de trabajar sea la más adecuada.
Por todo lo anterior, la conclusión que se obtiene es que resulta deseable mirar los entrenamientos con amplitud en el aspecto técnico, recoger todas las posibilidades existentes dentro de cada estilo, y no cerrar las puertas a que cada cual pueda usar aquello que más le satisfaga, sin perjuicio de que la enseñanza se plantee sobre unas bases determinadas, pero que no han de ser limitativas ni excluyentes, y que, en el caso de los mejor preparados, puedan admitir innovaciones.


Los factores de la programación del entrenamiento.

De todo lo ya comentado se puede deducir que no es fácil dar con un sistema de entrena-miento adecuado, y que la búsqueda del mismo compete tanto al instructor como al alumno.

Tal vez la primera pregunta a la que habría que buscar respuesta es: ¿Qué se desea obtener de la práctica del karate?. Ya hemos comentado algo sobre las motivaciones más comunes a la hora de iniciarse en este u otro sistema de combate, pero cuando se avanza en el estudio, y a poco inteligente que se sea, vemos que las facetas que encierra son muchas, y de ahí precisamente la complejidad de establecer unas pautas, y más aún si hablamos de un grupo de personas relativamente amplio, en el que suelen coexistir muchas tendencias distintas, que pueden ir desde las meramente lúdicas y de mantenimiento de un cierto nivel de capacidad física, hasta el interés por la competición, o por las aplicaciones a la defensa personal y el combate real.

Si bien se considera en muchos centros de enseñanza que los competidores son la élite del dojo, y que a su formación y preparación deben consagrarse los mejores esfuerzos de los instructores, e incluso la planificación global de los entrenamientos, debería reflexionarse sobre la necesidad de que, salvo que se establezcan grupos de trabajo homogéneos cuyos componentes estén dispuestos a focalizar su actividad de una manera consciente y voluntaria en dicho sentido, la enseñanza debe programarse de una manera mucho más generalista , de modo que se intente satisfacer las necesidades de todos, o la mayoría de los estudiantes, dándoles una visión lo más amplia posible de lo que encierra el karate, y no reduciendo a la mayor parte a que sigan las huellas de lo que casi siempre es una minoría de competidores, cuando sus preferencias sean otras (es muy común que el número de los que participan regularmente en campeonatos sea reducido frente al de la totalidad de los estudiantes, aunque esta actividad, y el hecho de ser, por lo general, sujetos de buenas aptitudes técnicas y físicas, los potencia frente a sus compañeros, y también da la imagen de la escuela frente al exterior).


Por ello, en el aspecto didáctico no se ha de ser limitativo. Debe recordarse que es preferible buscar el dominio de un repertorio no excesivamente amplio, mejor que dedicar esfuerzos a entrenar muchas cosas distintas sin la suficiente profundidad, pero la óptica no debe ser la de fijar tales limitaciones por comodidad, o en función de un reglamento de competición, sino por la necesidad de crear una base firme que sirva para avanzar de manera segura en la asimilación de los conocimientos.

Igualmente se ha de buscar la aplicación práctica y real de las enseñanzas. La estética y la perfección visual pueden ser muy interesantes, y de hecho juegan un papel importante, no sólo con vistas a la valoración en los exámenes, sino como satisfacción de los anhelos artísticos de muchos practicantes, pero la validez en la aplicación real puede ser muy distinta de la primera, y es la razón de ser del karate en sus orígenes. Por otro lado, si pretendemos que el karate siga teniendo uso de cara a la defensa personal, no podemos permitirnos el lujo de suponer que la realidad va a estar reglamentada y prefijada como las prácticas en el dojo. Lamentablemente, la experiencia que se posee de enfrentamientos reales no es muy amplia, pero ello no es obstáculo para que se intente aplicar algo de sentido común a estas facetas; puede tratarse de cosas tan simples como intentar ejecutar las técnicas con ropa de calle y sin calentamiento previo, o valorar lo que ocurriría en un ataque con armas, o frente a varios adversarios.

Otra pregunta que conviene hacerse es cuáles son las disponibilidades materiales y de tiempo para dedicar a los entrenamientos. Está claro que, salvo en casos muy concretos de individuos con unas facultades fuera de lo común, los resultados irán en proporción a la amplitud de la práctica, por muy bien que se intente aprovechar la misma. Como ya se ha apuntado, el promedio de las sesiones semanales no da para esperar grandes logros, a menos que el estudiante tenga la posibilidad de trabajar por su cuenta, o de conseguir una dedicación especial por parte de sus instructores, la cual, si se produce, muchas veces queda relegada exclusivamente a los competidores, o a los que preparan algún pase de grado. En otro orden de cosas, no siempre es posible disponer de sala de entrenamiento o de algún entorno adecuado para el mismo fuera de los horarios habituales, lo cual es otro condicionante a tener presente.